miércoles, 8 de abril de 2015

CRÓNICA DE UNA SEMANA SANTA ANUNCIADA: INTRODUCCIÓN

 (Todas las fotos de esta serie de crónicas son de mi autoría)

Sepan algo, soy un tipo que rehúye de las aglomeraciones, del mal servicio, del sobreprecio. Y aun así, tomé la opción y la noble tarea de cuidar una casa en Antigua Guatemala cuando media humanidad católica decide ir a la ciudad colonial a ser partícipes de la puesta en escena de la Pasión de Cristo.

(Cuando hablo de cuidar, es regar plantas y ver Netflix, no andar con escopeta calibre 12 Golan style, ¿ok?, Y no, no es que me ofenda que me comparen con un escopetudo).

Y donde la otra media humanidad compuesta por fotógrafos profesionales, amateurs, estudiantes, de fin de semana, de Polaroid, Instagrameros (pertenezco a esa ralea), deciden ir a documentar lo que tiene más registro en el planeta: las procesiones de La Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala.

Le siguen en nivel de documentación global, los leones de Discovery Channel, el hombre más gordo del mundo de Nat Geo, los alienígenas del History Channel, y los tuiteros de Tuti Furlán.

¿Qué chingados hago yo en esta ciudad que me saca de quicio? No lo sé, bien pude decir que no, bien pude decir que me iba a Europa o que estaba enfermo. Lo que pasa es que en el curso de relaciones interpersonales de Dale Carnegie que actualmente estoy tomando para ser un hombre civilizado y socialmente aceptable, me pidieron que hiciera algo que me retara o que leyera Nos Veremos en la Cumbre, de Zig Ziglar. Prefiero pasar por el infierno, así que Antigua será.

La misión era soportar el tráfico de ida, lograr llegar a la casa, parquear el auto y salir a caminar y conocer gente nueva, interaccionar con los naturales del poblado y la fauna local endémica y la ocasional. Soportar el tráfico de regreso y volver a mi insulsa vida.

Lo vi como un reto, y decidí tomar el papel como un moderno doctor David Livingstone en búsqueda del origen del Nilo, sólo que más negro y con barba. Eso sí, hacemos intersección en el sombrero porque la tropi elegancia no se pierde con nada. Él usa un safari y yo un fedora.

Salí el miércoles temprano con la idea de pasar de cuatro a cinco horas para ingresar a Antigua. Un tráfico de mierda, pero una vez mentalizado, no había problema porque tenía mi lista Deezer a punto y genial. Lo que me falló es el plan de datos de Tigo que cada vez dura menos (ya les estoy preparando un texto chicos del can).

Oh sorpresa, el tránsito vehicular era fluido e hice de llegada una hora y media de camino, desayuno incluido y parada técnica en el supermercado a comprar plaquitas de repelente de zancudos porque el dueño de la casa antes de abordar su avión, me lo sugirió. Afortunadamente fue tan corto el viaje que no me dio tiempo de despotricar contra los de Tigo por lo de la música (ya viene su carta pública, muchá…)

La casa de mi cuate es pequeña, tiene un cuarto con su closet, un baño, una sala, una cocina con bar y un patio rodeado de vegetación que las hace de comedor al aire libre. Conexión al universo de Internet y Netflix. Serían cinco días dedicados al narcisismo.

Llegué y doña Pancha aún seguía afanada en la limpieza de la casa y me dijo que en cuestión de dos horas, se desocupaba. Perfecto, a caminar. La casa queda en la novena calle “C”, conocida como la Calle Sucia, en la parte de atrás del hotel Camino Real. Al final de la calle, la salida a Ciudad Vieja, y al inicio, la Iglesia Escuela de Cristo (la cual se convertiría más adelante, en la sede de mi experimento sociocultural).

Antes de entrar en materia, les contextualizo, trabajé en Antigua Guatemala por casi un año, viajando de la ciudad a allá y cambiando muletas de carro y amortiguadores, dos veces. Por lo tanto, odio manejar en esa ciudad porque cada piedra de las calles empedradas es un pecado que he cometido y cada vez que llego, mi alma brinca a la par del carro, recordándomelo.

Dicha ciudad, los fines de semana, es el mingitorio oficial de los borrachos de la ciudad de Guatemala que viajan allá en búsqueda del unicornio azul. Es decir, lograr cogerse o conectarse a una gringa sabrosa para probar pura pechuga, carne blanca, desabrida, porque están hartos del bofe nacional, a pesar que aman su sabor. Y esto aplica para ambos géneros, hombres y mujeres.

Ir a Antigua es una ceremonia parecida a ir a pararse en la frontera de Estados Unidos: buscar la oportunidad de pasar al otro lado. Pocos lo hacen, pocos lo logran y apenas debajo del 1%, logran salir de esta tierra pérfida y violenta, consiguiendo marido o mujer gringa (es decir, extranjera/o de cabello rubio).

Lo más seguro, es que esos jóvenes guatemaltecos de ambos sexos que salen en búsqueda de lo distinto -del amor foráneo-, se conecten entre ellos comiéndose en arrebatada pasión; el premio de consolación, el diploma de gracias por participar.

Quede la chica embarazada y se casen entre ellos, perpetuando el ciclo de la huida fallida de este país: sus hijos querrán hacer lo mismo. Sísifo, descansa tu piedra, acá hay suficientes chapines listos para hacerte huevos.



Próxima entrega CRÓNICA DE UNA SEMANA SANTA ANUNCIADA: MIÉRCOLES 1.

5 comentarios:

Cachorro dijo...

Nitido!!! esperando la segunda parte.... desde que lo anunciaste en Twitter que ibas a la Antigua estaba esperando esto.... Saludos!

Juan Pablo Dardón dijo...

Ya viene la segunda, saludos Cachorro y gracias por la lectura :)

Anónimo dijo...

Super vos!

La Chachi.

ClaudiaPaz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Esperando la segunda entrega, a ver de qué me perdí por huirle a Antigua... Abrazos, Sara