martes, 10 de junio de 2014

LA PAZ ES UN MITO


Nos persiguen fantasmas de la guerra. Pero de la primera guerra que hemos sostenido como especie, esta violencia moderna es producto de una violencia primitiva. Las balas perdidas caen desde tiempos inmemorables.

Hay paranoia y desesperación, crujir de dientes y tronar de dedos, la Biblia cumple lo prometido y no porque sea verdadera la palabra de Dios, sino porque resume la condición humana. Lo mismo que vivieron hace cuatro mil años, seguimos viviendo ahora.

Las Guerras Médicas en Grecia, sólo trazaron el camino a la Guerra del Peloponeso. Hablamos de la civilización que fundó los pilares en los que ahora sentamos la nuestra: conflicto tras conflicto, con ciertos ideales por las cuales seguir luchando: la esperanza, la paz, la equidad.

Es el conflicto la verdadera esencia de ser humano. No es cosa de la vida moderna, no es culpa de la televisión, o del dictador más reciente. Es la lucha de poderes, es ese ideal de alcanzar ese horizonte donde todo, al fin, podrá descansar. Pero no es así.

Se rebasan las cuotas de poder, se superan las fronteras, las ganancias, los ejércitos y el poder nunca termina de llegar. Esa palabra sobrepasa en acciones a su significado. Detrás de esa búsqueda, de esa Odisea, lo único que queda es la injusticia.

Por eso vemos que personas cansadas de ellas se levantan en armas. O linchan a la primera sospecha de alterar el orden público, o apedrean a judíos, o desnudan a una canadiense, la rocían de gasolina, todo por confundirla con minera.

O disparan a mansalva contra los manifestantes, o se congratulan que condenen a uno, mientras otros siguen matando, robando, tomando, violando. Es el apestado del momento que hay que apedrear y mientras eso sucede, otros roban en la multitud enardecida, feliz viendo arder la pira.

Esto no va a cambiar con nada. La paz es un gran mito, es la tierra prometida mientras seguimos caminando – herederos de Moisés – un desierto rumbo a la nada. Y en el ínterin, Sísifo se repite en cada uno de nosotros con la misma celeridad con que esperamos el cambio.

Los mitos antiguos desnudan la verdad nuestra. Una guerra se repite eternamente bajo nuestros ojos: cambian las armas, pero no los motivos. Acaso no hemos existido del todo, talvez somos los últimos instantes de lucidez en una mente moribunda, atravesada por el vientre por una pica.

El sol observa el campo de batalla y un soldado casi muerto, imagina el futuro, lo que se perderá él, sus hijos no nacidos o huérfanos, el túnel del cielo no es otra cosa que la imaginación a mil. Reflexiona si su muerte tendrá sentido, si el poder, ese animal que escapa corriendo el horizonte, será atrapado un día.

Detrás de él agoniza un escriba de Mosopotamia degollado por un egipcio, y miles de años antes, alguien rescata del fuego de Uruk el conocimiento para hacer cálculo, tablas de barro que dan cuenta de la destrucción. Abel sucumbe a Caín. El primitivo mata a otro para robar sus pieles. Esto es un teatro para el cosmos.

Ahora somos seres más informados y gozamos los avances de la ciencia, hemos dejado de matarnos por el confort que poco a poco ha llegado. Pero ese llamado a la sangre, late por siempre. Alguien se despide del mundo miles de años antes que los motores de combustión interna, de la Bomba H, de los poemas y el horror. Herodoto da cuenta de ello. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo es cierto.

Juan Pablo Dardón dijo...

... y todo es mentira, al mismo tiempo ;)