viernes, 20 de noviembre de 2015

THE OKLAHOMA BINGE 1



Con ustedes, una serie de crónicas irrelevantes, por el puro gusto de contar cosas. Acá no hay soluciones a nada, ni periodismo de altura, solo la historia de un cumpleaños y un corazón roto.

Me dirijo al centro de los Estados Unidos, a la puerta de entrada del Corredor Bíblico y de los tornados. Oklahama, es la ciudad límite que en 1880 era el último bastión de civilización antes de la barbarie. En esos años se llamaba El Viejo Oeste y aventurarse a ello era una travesía a la sorpresa y a la nada donde perder la vida por hambre y a manos de los apaches, era lo más certero.

Bajo ese imperio de sangre y madera se erige la gran ciudad del Oeste: Los Ángeles, donde domina su alma de cine, Hollywood. Los estudios fílmicos dieron  dinero y progreso; ahora los cowboys son mendigos y los caballos son de metal, ya no hay duelos. Sólo quedan las putas y los delincuentes.

Es la nueva "última frontera" que según a los ojos de los republicanos y de Trump en especial, separa a la civilización de los nuevos bárbaros: los chinos al otro lado del mar y a los latinoamericanos por el lado sur del Río Grande. La gran plaga latina.

Llegaré a territorio redneck petrolero a visitar a un hermano del alma junto a mi otro hermano, el de sangre. No sé nada de Oklahoma, apenas que el derechista Timothy McVeigh voló un edificio federal matando a 150 personas y 19 niños de la guardería de ese edificio. Un radical no muy distinto de los de ISIS y patrocinados por el mismo sentimiento y dinero.

Fue el primer atentado en suelo estadounidense que me enteré y que vi en las noticias. Un edificio con las tripas de fuera, con escritorios cayendo de los pisos superiores y la cara estupefacta de los sooners que allí estaban. Era 1995.

Sooner, así les dicen a los oriundos de ese estado, son aquellos que obtuvieron las grandes porciones de tierra por medio de una lotería de competencia: salían al alba cabalgando al sonido de un cañonazo a reclamar como suya una tierra de nadie. De hecho, la película Far and Away (Ron Howard) termina así.



El término soon en inglés significa temprano, o sea que estos "tempraneros" ganaron el mote por adelantarse a las carreras de repartición, saliendo una noche antes y durmiendo en hondonadas para luego sólo clavar la estaca en la propiedad como suya.

Vaya excitante forma de ser terrateniente, vaya emoción y adrenalina la del Viejo Oeste. Las famosas tierras sin reclamar del Acta de Apropiación de las Tierras de Indios de 1889, un manojo de leyes donde expropiaban a los nativos de sus tierras porque no eran civilizados. 

Eso es el resumen de esa ignominia que a través de 40 años se le hizo a los dueños originales de ese territorio, todo firmado por Grover Cleveland, presidente 22 y 24 de ese país.

Volviendo al centro de Oklahoma, en el área del atentado, sólo queda en pie el llamado Árbol Sobreviviente, monumento vivo de ese día de los embates de las camionetas rellenas de nitrato de amonio. Además, es el árbol favorito de Claire, la protagonista de Elizabethtown, la película homónima del pueblo de Kentucky.

Talvez sea mi comedia romántica favorita de Cameron Crowe. Talvez por la música. Talvez por la forma de tomar fotos de Claire con sus dedos enmarcando la escena y con chasquido de lengua, emulando a un obturador. Talvez porque habla de un suicida redimido.



Me he venido al viaje porque me siento triste y en la carretera hay alivio. Viajar es un acto concreto sobre el abandono, se abandona la tierra en pos de algo. Un corazón roto siempre acompaña pero los nuevos aires, pongámonos esotéricos, limpian el pecho.

Posiblemente UIises sólo tenía ganas de estar solo. Posiblemente Penélope chingaba demasiado. Posiblemente la fiesta se extendió más allá de los límites en el mar Egeo y ni modo, uno que se pierde yendo a traer el pan.

Es a través de esos personajes de la literatura que nosotros viajamos. Es nuestra naturaleza, todos llevamos a un explorador adentro. Los grandes viajes es nuestro destino y por eso alucinamos con Frodo, Han Solo y Juan Pedro, el agricultor guatemalteco que se fue al norte a trabajar de agricultor. El sol es el mismo y la misma discriminación, aquí y allá. La casta ninguneada.

Keruac. Estaré en el mismo lugar, la misma carretera - The Motheroad Rute 66 - en que Jack pasó de Chicago a San Francisco, pisaré el mismo asfalto y veré los mismos maizales. Recordaré lacónicamente On The Road.

Pienso todo esto mientras voy en el aire a seis kilómetros sentado. El ala del avión se mueve por la turbulencia de los vientos altos de la atmósfera. Saco una revista para hojearla y me acordé que yo tuve una, fundé una revista y luego la perdí con la mitad de mi vida.

He perdido la vida muchas veces. Perderla no significa morir, perderla es que le remuevan a uno porciones de tiempo. Una relación rota es perder la vida de ese tiempo. La memoria que tenemos de esos días, es la cicatriz de la infelicidad / felicidad. Eso es el amor: la huella de una guerra.

Yo funciono apenas con el sistema operativo. Me reseteo cual computadora vieja, instalo programas y que el ventilador empiece el traqueteo de arranque. ¿Cómo se pierde un corazón y se gana un disco duro? Ya soy veterano y no voy a morirme por eso. Ya. Divago.

Acaba de sonar la campana de aterrizaje. Hemos llegado al D.F. Iré por tequila, mucho tequila. Así se celebran las pérdidas amorosas, máxime cuando acabas de recibir antes de subirte al avión, los papeles de divorcio.

3 comentarios:

lester dijo...

Te seguimos leyendo compadre... buenas frases finales... saludos.
Lester Oliveros R.

Anónimo dijo...

Restaurador leer Dardón.

Cristina Mendoza - Prosódica dijo...

Lo bueno de haber perdido la vida varias veces, es la resurrección que conlleva.

Saludos