martes, 5 de agosto de 2014

STEREO OFFSET, DE PABLO BROMO


(Foto cortesía de soy502.com / diseño de portada: Luis Sensei del Tequila Villacinda)

La literatura sirve para comprender el mundo más allá de la ­cotidianidad, porque encierra el mundo diario en un instante más de lo que ninguna tecnología puede hasta el momento. Ni podrá.

Escribir sobre el tiempo que le ha tocado vivir a uno requiere desdoblamiento, distancia, pero sobre todo empeño y necedad. Stereo Offset, de Pablo Bromo, publicado por el sello del eterno under, la Editorial X de Estuardo Prado, tiene eso. 

Nos trae entre portadas, una colección de estampas de época, un glosario de la actividad ­humana en estos tiempos, una metáfora de la sociedad. Son relatos plásticos, muy de serie de televisión, se construyeron con colores y materiales para ofrecer una experiencia visual al observador –lector, en este caso– .

Encontramos acá un lenguaje simplificado, muy cuidado. La construcción gramatical de las oraciones son la inefable fórmula que aprendimos en quinto primaria: sujeto, verbo, predicado.

Adjetivos, dos, para remarcar al sustantivo y arre caballo que hay camino. Pero no se confunda, esto no es cosa simple, esto es la espuma del mar. Es lo que encanta, es lo que atrae. Es un libro de fácil acceso a cualquiera porque se entiende fenomenal pero hay fondo y el piso está lejos. Este libro bucea y acaricia los temas más oscuros que como sociedad nos toca.

El escritor es un niño tímido y nunca deja de serlo por muy flamboyante en que se convierta de grande, por muy grueso, por muy dragón de bar, aunque devenga un flaco diablo de colochos, sigue siendo un niño tierno. 

Los relatos breves son determinantes en su final. Acaso es lo que más me gusta de estos, su final. Porque nos desarrolla una historia y conforme avanza y le va atrapando, cierra la misma con un golpe de libro.

Esa sensación de inacabados es lo que nos queda a los guatemaltecos cuando nos enfrentamos al diario vivir. Son pequeñas estampas, dije antes, y lo sostengo: son historias que no terminan y continúan pero nosotros no las podemos ver. 

Nunca podremos saber en qué terminarán esas historias porque ­nadie sabe el comienzo ni el final. Solo Dios, pero a él lo inventamos nosotros para que no nos diera miedo saber que aparecimos a mitad del camino. 

Este libro, es entonces, una metáfora de la vida: se nos niega constantemente aquello que más anhelamos.

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