martes, 1 de octubre de 2013

EL NIÑO NOCTURNO

Yo fui un niño especialmente distraído y con tendencia a desvelarme. En el día vivía con sueño y nada más caía el sol, mis ánimos cobraban brillos y me dedicaba a leer, oficio del solitario, o a jugar ajedrez con mi hermano que vivía aburrido de mis manías de repetir jugadas de Spassy o de Fischer. Le contaba las historias que leía.

Era un niño de una imaginación fecunda que pensaba mucho sobre temas que talvez no tenía por que preocuparme. A los ocho años – lo recuerdo como ayer – pensé en mi muerte luego de leer a Nicolai Gogol y me fasciné con Kali y me imaginaba con muchos brazos para poder hacer tareas que por demás, consideraba irrelevantes. Como hacer quebrados o estudiar las mitocondrias.

Y los libros de misticismo hindú y los autores rusos imposibles de pronunciar. Y los juguetes con los que recreaba épicas batallas entre lombardos y franceses, He-Man fue mi Napoleón y los demás chicos de mi edad me miraban extrañados al escucharme hablar de cosas, como lo tanto que me gustaría ser un Passepartout y englobarme a favor del sol.

Me recordé todo esto el martes pasado cuando fui a hablar frente a una clase de niños sobre el acto de escribir. Eran niños autistas y geniales, de ojos brillantes que volaron cuando les conté todo esto. Todo eso que a los niños comunes les cuesta creer cuando se enfrascan en luchas intestinas al estilo del Señor de las Moscas, de W. Golding.

Y es que algo se ha perdido, pienso, en la modernidad sobre el hecho de ser niño con la avalancha de información diaria. Internet y la televisión son ventanas al universo y al infierno. La virginidad de un niño se pierde cuando mira a su primer muerto y de eso se encargan los medios de comunicación que tanto venden con la sangre. Hablo de la virginidad como inocencia y hay niños guerreros de a verdad en África, y niños guerreros de verdad que se ganan el pan para la familia en las calles, y niños guerreros que sucumben al asfalto.

Pero así es la vida, así es esto y nada lo puede cambiar por más que los adultos intentemos hacer algo por girar los engranajes al revés, se necesita de tanta fuerza y oh ironía, los niños tienen que seguir comiendo porque no preguntan de razones sólo piden un pan. Las revoluciones suenan tan bien en las redes sociales. 

Pero al mismo tiempo, en ese afán de querer proteger a los descendientes de lo malo del planeta y de esta sociedad necia y egoísta, se aleja a las nuevas generaciones de ser partícipes de su entorno, del compromiso y de involucrarse en ser agentes de cambio. "Agentes de cambio", já, vaya concepto que nunca imaginé utilizar pero aquí estoy pensando en el crío que fui y en mi niño puberto que empieza a sombrearle el bigote. No sé qué hacer, igual que muchos de ustedes.

El conocimiento no es gratuito ni es fácil, lleva cauda de esfuerzo y entrega. Yo recuerdo que nada me gustaba más que leer cuando caía el sol, cuando susurraba lentamente las palabras que no podía pronunciar de una sola vez y las repetía escuchándome. 

La casa en silencio y mi voz de crío repitiendo “Des-con-so-la-da-men-te”, “Pa-ra-le-le-pí-pe-do”, “Sh-os-ta-kó-vi-ch”, “Ma-ha-bh-a-ra-ta”. Ese era un mantra y me alejaba en un universo de papel. De mis padres no recuerdo nada de esa época, eran sombras amorosas que me cuidaban mientras yo volaba de la tierra a la luna. O caminaba las calles de Huelva y sentía las pedradas mientras nos gritaban “el loco”, “el loco”.

Desvarío. Ya no sé nada de nada, y mi queja no pasa de eso. Talvez cuando relea esto caiga en cuenta que me convertí en mis profesores de primaria que vivían pregonando que íbamos al fracaso como generación, pero el mundo no se detiene con eso, con el fracaso. Es su combustible.

El sonido de las palabras me tenía encantado de niño, era un sortilegio mareante. Yo pagaba el precio de todo eso: imaginar. Ese era un alto precio para un niño que vivía de noche porque en el día vivía adormilado, distante, alejado, distraído, leyendo, dibujando cosacos, globos, tigres, armas. Todo para ponerle una imagen a las palabras. Mis notas sacaban números rojos. Ese fue mi precio del conocimiento, perder las clases. Ser un mal estudiante.

“Raro”, dijo el coordinador de grado a mis padres, “pierde todo, pero nadie lee tan rápido, ni tan bien, ni explica tanto como él”. Yo estaba embrujado por saberlo todo, nunca supe que esta hambre, no cesa. Yo crecí y me doy cuenta por el tamaño de mi hijo que bucea a su manera, la mar. Le veo tostarse al sol tarareando sus cosas, sus importantes cosas de adolescente, que se resiste a dar el paso y dejar para siempre la comodidad. Está en el barco, Caronte, ten piedad.

Yo sigo leyendo con los mismos ojos, hambriento, sediento, imparable, solitario. Talvez en un lado esté la explicación de esto que sucede frente a mí: la vida. Los adultos somos niños muy enojados con nosotros mismos. Pan, Peter Pan, juega por nosotros.

3 comentarios:

Mayra dijo...

La etapa de ser niño deja un sello único e indeleble en cada quien que algunos guardamos y cuidamos, porque permiten como tú lo haces, irradiar a otros con sus historias, con sus versiones de una vida que oscila entre la ficción y lo que acontece en el día a día, a veces causan roña y enojo al no sentir que tales expresiones causan el impacto que deseamos aunque finalmente no lo sabemos con certeza. Estoy segura que cada quien que te lea se lleva algo de ese enojo tuyo, algo de ese ser que grita por los que no pueden y quisieran, ese enojo que trasladas como juguete transformado para que otros puedan divertirse y divagar con él.

Neville Wintherskitt dijo...

quede encantado con la lectura. gracias!! espero seguirte leyendo.

eres un genio c:

bailarin dijo...

De niño me gustaba ver las estrellas, las imaginaba agujeros pequeños sobre un gran manto de terciopelo. Con el tiempo, descubrí que el universo era más, mucho más que eso, con sus inimaginables cantidades de energía y materia en constante transformación. Pero si, en noches sin luna y sin luz, me gusta imaginarlo un manto de negro terciopelo, perforado por mano divina, regalándonos su belleza.
Saludos Dardón, me tocaste.