martes, 26 de marzo de 2013

CIUDAD SANTA




Semana Santa es la gran migración de las masas, Guatemala se convierte en un Serengueti donde las manadas migran hacia mejores tierras, fértiles pastizales para sobrevivir el tedio. Luego dejan dichos lugares arrasados, donde el único impacto positivo viene de los réditos económicos, pero ambientales, nefastos con las toneladas de basura producto de ello.

Antes salía a ser parte de dicha masa de gente, ya no. Con los años he descubierto que la tranquilidad no está donde haya más sol, o más mar, o más gente, o más lejos de la ciudad. La tranquilidad está donde está uno, es inherente.

Y eso se logra con la paz propia. En mi caso particular – no es una fórmula – viene de la lectura y contacto con el arte: cine y literatura. Y una buena pizza, eso salva el día y no preciso de irme a aglomerar y pagar sobreprecios. En todo caso, disfruto la ciudad que se queda vacía y es un gusto transitarla sin la cauda de autos e insultos, sinónimos en la actualidad.

Recién estuve en zona 1 y las calles cerradas me recordaron cuando viví allí. Era mágico, una vez asimilado el asunto de las procesiones; de lo contrario, es infierno en la tierra. A mí me gusta, pero de noche. Salir cuando cae el sol en el Centro Histórico en Semana Santa es un mundo sui generis, es encantador.

No se precisa de automóvil, solo de determinación, tenis y ganas de caminar. Es, en cierto modo, acompañar la penitencia de miles de cargadores de procesiones, pero versión laica. Las salidas de los templos, las garnachas, los churros, las tostadas, los chupetes, los chéveres.

El desfile de los uniformados, la altivez de unos, la contrición de otros. El fervor y la moda, el que carga con guardaespaldas y el que carga con traje prestado. El de Ray Ban y pañuelo de seda, el que llora desconsoladamente bajo el peso del anda, nariz respingada en tacones, caites y manos ajadas de lavar ropa.

Eso me descansa. Como observador de la tragedia humana, es para mí, arte vivo; cine, literatura, la vida en pleno a dos palmos de nariz. La ciudad de noche se abre con todo su esplendor a mis ojos y yo la camino grabando a los otros. A los otros que viven en mí, a ese reflejo multitudinario que me habita y que me hereda. Que soy.

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