Siempre la odié con ese odio particular que se le tiene al estrellato pop. Por su rubia cabellera, por los años como
Musketeer, por representar al tonto desparpajo de la felicidad gringa. Por quitarme espacio en mis estaciones de radio, por invadir los
charts de música y vestirse como colegiala católica / fantasía de
strip club. La odié por ser un reflujo de Madonna y por besarla. Y con lengua. Kitch, insoportable, vocecita aguda, una Cocker Spaniel, mascota de los medios, flaca, barbie. Llegué a pensar que Britney Spears era mi karma.
Pero en el coliseo mediático hasta el consentido se convierte en carne de cañón, la diva, la princesa del pop, vio la caída de su casa en sus narices. No pudo manejar ni la fiesta, los desmadres, el alcohol y las drogas. Menos la frágil vida privada de una estrella.
Britney, la eterna niña hizo una travesura: se casó en La Vegas. Nada para escandalizarse, ya que algunos años antes su novio de manita sudada, Justin Timberlake, confesó que le pasó fierros, le dio golpe de estado (como dice mi amiga Carmen), la hizo suya, le enseñó de lo bueno, se comió la manzana (acaso la más jugosa del medio) y la hizo mujer. Confesaba esto en televisión nacional en el
talkshow de Oprah.
Pero a ella no le caló, imposible que le calara, aun el eco de la niñez sonaba fuerte. Pero un casamiento así de inesperado hizo que la sociedad se relamiera los bigotes y a devorar a la presa. La cervata no supo qué le pegó.
Y vale todo. Hasta un vividor. Aparece en escena Kevin Federline, le zampa dos niños y al parasitismo. La desgracia se ensaña con la cantante y su vida se viene abajo en altibajos de peso, escándalos de la nada, peleas con la familia, una madre que aun quiere regalías por criar a una estrella, su divorcio suena más que sus canciones, sigue gorda, casi mata a su bebé, maneja imprudentemente, pinche celulitis, entra y sale de clínicas de peso y de AA.
La grandiosa estela de esta estrella se opaca. El brillo del cabello merma y se lo rapa. Se oculta a lamerse las heridas y a pelear por la custodia de sus hijos que están en manos de su ex marido, que lucra con cualquier cosa que pueda. Aparece este año en los premios MTV sólo para hacer el ridículo: ya no es la cabra que brincaba en el escenario mientras cantaba (ayudada de
playback, claro), se mueve como borracha en tacones, tambalea, le tiene miedo a las gradas o a las caídas, que es lo mismo. Se le olvidan las letras de sus canciones, le tiemblan los ojos y las lonjas. Poco a poco una sonrisa se me dibuja en el rostro, “
White trash”, digo para mis adentros, “está donde merece”. Fue el tiro de gracia a una carrera inventada por la inercia y el hambre del American Dream, de vendernos cuentos de hadas.
Pero hace como dos semanas, mientras manejaba escuché
Gimme More y algo me molestó adentro. Miré el video y la espina se clavó más. Así que me fui a la sexta avenida de la zona 1 y me compré
Blackout, el más reciente disco de la intérprete. Lo escuché una vez y para mi sorpresa no me molestó. Es más, me atrevo a decir que me hasta cierto punto y ciertas canciones, me gustó.
La producción es muy buena y el sonido no está mal. Entonces me senté a darme en el coco a pensar qué jodidos pasa aquí. Sin duda la industria Spears mueve y sus productores se dieron cuenta de algo: el ángel cayó. Se acabó el cielo y las alas son historia.
Por eso esa aura terrenal que tiene este disco, matemos a los cuentos de hadas y hay que meterle demonio a esto. Discoteca y demonio, vamos, no es Faithless, pero sí se puede bailar y bien. Las inclusiones de raperos es la efedrina que necesitaba esta mujer, es más, en el susodicho video ya tiene cara de mujer.
En
Gimme More, sus ojos no brillan, miran con ese halo oscuro de los que tocan fondo y por eso me llama la atención. El menudo y musculoso cuerpo quedó atrás, ahora es una mujer de curvas y gorditos bien puestos, reales. Ya no hace acrobacias, se mueve lento (por miedo a caer de nuevo) y se viste, ahora sí, como lo que es: una mujer que le gusta el trago, el cigarro y el sexo. Se quita el top de cuero y enseña sus pechos de madre sin prole, los pezones tapados con cinta negra. Una escena me gusta, camina y se le notan unas sugerentes nalgas que se mueven al compás de la música. Nada que ver con los otrora glúteos de piedra que eran la envida de las fisicoculturistas.
Ese video la muestra como una Justine recién salida de las manos del Marqués de Sade: mancillada, rota, real, pelo negro, tatuada, mallas negras y tacones de bailarina. Pero no todo el disco está bien, vamos, hay ciertos temas que funcionan y otros que siguen en la nostalgia de lo que fue. Pero para que yo, irredento enemigo de la Britney, lo haya comprado pues algo me llamó la atención. Aparte que se inscribe en el movido género dance-pop que tanto gusta.
Del álbum les recomiendo
Gimme More, Body and Soul, Perfect Lover, Tell Me What Your Sippin´ On y
Get Naked. Nada del otro mundo pero no molesta los oídos.
¿Significa esto que soy fanático de la chica esta? No, simplemente les comparto un caso de esos que me llaman la atención: llegar a la cima, tocar fondo y producir algo interesante. Algo que pocas veces sucede en el mundo musical (en la literatura es al revés: se produce algo interesante, se toca fondo y luego con mucha suerte y haciendo jugadas estratégicas, se llega a ser estrellita pop, jajaja… no es así pero me gusta la idea).
La princesa del pop ha muerto, que viva la princesa.