martes, 2 de diciembre de 2014

SU VIDA EN JUÁREZ


Cuando leí 2666, de Roberto Bolaño, pude imaginarla gracias a la cercanía de un periodista y sus crónicas del desierto. Para mí, Juan Carlos Llorca le daba rostro a los personajes de la novela (lo imaginé Manuel Espinoza), y al igual que Roberto Bolaño, murió prematuramente, acaso más el guatemalteco que el chileno.

Toda frontera es un estado mental y social. Realmente no existen como tal, pero sí ese hálito de permanencia y desapego que se vive en los pueblos divisorios de países. Hablaba con propiedad de Ciudad Juárez y de El Paso, y se adivinaba un inquieto. Lo imaginaba insomne en esas ciudades gemelas.

Alguien tan inquieto como él, no decide tomar así nada más un trabajo en una ciudad fronteriza si no es porque busca algo y no es trabajo. Buscaba lo que toda alma errante busca: a sí mismo, a la voz propia, la distancia de un lugar de dolor a pesar que el dolor va en él. Ya lo dijo Kavafis en La Ciudad, ese poema que lanza por los suelos la ilusión del olvido.

Sus crónicas dan fe de un escritor en ciernes, un narrador poderoso que tenía en la punta de la lengua una novela que iba a romper esquemas y encantar con ritmo galopante. Todos esperábamos esa maratón, sabíamos que se estaba preparando, entrenaba con esos breves sprints que nos regalaba en su blog My Life in Juarez.

Vaya blog. Vaya filosofía. Si quiere leer algo fresco, escrito con desparpajo y técnica, tiene que leer My Life in Juarez. Es una colección impresionante de relatos / opiniones / críticas; es decir, las partículas esenciales de una novela. Insisto, Llorca se preparaba para hacer una obra de largo aliento, no lo sé de cierto –algunos más cercanos sabrán desmentirme– pero apunta a que sí. O eso quiero creer.

Su humildad hacia el lenguaje le hizo un escritor. Se aproximó al fenómeno por medio del periodismo, aguas en las que nadaba como ninguno, era un pez espada que nunca se dejó atrapar por el anzuelo cómodo de la fuente. Luchaba y desmenuzaba lo que reporteaba, su labor periodística ojalá fuera impresa toda.

Hay autores que escriben sobre personas así, como Juan Carlos Llorca, y les llaman los indomables, los que todos queremos ser, los Moby Dick, por ejemplo.

A Llorca hay que estudiarlo, siempre lo pensé, tiene ese genio propio de los grandes periodistas (no menciono ninguno, me hubiera mandado a la chingada por mamón y siempre encontraba carencias de uno y otro de mis ejemplos para compararle). Ojalá alguien le haga ese bien a las ciencias de la comunicación de la región.

Su blog, hay que imprimirlo. Hay que hacerle ese favor a la literatura. Discrepamos fuerte en una ocasión y luego de bilis ácida y corrosiva vertida uno al otro durante una noche de excesos, dimos por empatadas nuestras diferencias. Yo me apoyaba en literatura y él en periodismo, un pulso que nunca prosperó.

Y nada más, pinche Llorca, como en todo, te adelantaste en hacer excelente periodismo (una nueva generación de reporteros formados dan cuenta de ello), en viajar por todos lados, en sacar el chiste y la broma negra. Y a morirte, como quien no quiere la cosa y de hastío. Talvez más esto último.



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