Bueno, bueno, tenían razón aquellos que me comentaban y me decían que regulara los comentarios de Fe de Rata. Lo voy a hacer. Sucede que en mi romántica idea de medio de comunicación dejé a la libre los comentarios esperando que tal libertad, fuera tomada con responsabilidad de parte de los lectores.Cosa que así fue y por más de dos excelentes años logramos una sinergia de opiniones como nunca yo lo había experimentado, algo que hizo crecer a Fe de Rata como un espacio libre donde se opinaba de todo sin censura, posicionando a esta bitácora entre las más leídas de Guatemala. Ojo, leídas, no visitadas que es otra historia, aunque también ranquea muy bien en ese conteo. La dinámica fue tal que hasta los mismos comentaristas del tema que se trataba, se contestaban entre ellos aportando al debate.
Tal debate, iniciado por un texto que podría gustar o no, que podría divertir o no. O que alguien radical tomaba eso como un ataque a su forma de vida y pensamiento. Eso sí, escrito para lograr tal efecto. Estoy convencido que la cotidianidad necesita de cachetadas y eso es lo que pretendo con el blog, incentivar a la opinión y expresión.
Luego vinieron aquellos, unos pocos aclaro, que vieron en Fe de Rata y mi persona una especie de amenaza al statu quo de lo que debería ser un blog. Y en su mediocre forma de ver el mundo, buscaban aquí periodismo tradicional, objetividad (es decir, que pensara como ellos), literatura roñosa, intelectualidad apolillada y todos esos lugares comunes que se esperan de un escritor.
Y yo que me burlo de todo ello y de todos ellos porque creen que por leer las obras completas de Rius ya saben cómo son las cosas, vieron en mí al enemigo y empezó el ataque. Afortunadamente, tengo el cuero duro y las ideas claras, así que los ataques de todas esas personas, pues, me divirtieron. Inclusive, llegaron a pensar que tengo que esconderme en seudónimos, identidades ajenas a la mía o anónimos publicados en sus blogs. ¡Y se convencieron que yo los visitaba! Mis gordos y gordas...
Llegaron al punto de hacerme blogs en honor a mí donde intentan atacarme pero sólo quedaban como... bueno, como lo que son: intolerantes, paranóicos, cortoplacistas, analfabetas funcionales y casi una certeza de retraso mental. Y bueno, en su mediocridad, pretenden que todo funcione como ellos piensan, o sea, mal.
Tiran la piedra y esconden la mano. Es decir, no huecos, no maricas, porque esa valiente comunidad no merece ser tachada de esa forma tan vil como lo que los anónimos representan: cobardes. Los gays tienen más huevos al salir del closet con nombre y apellido, no como mi séquito de seguidores escondidos que les gustaría que les pusiera atención. Celosos del éxito de este humilde espacio.
"Ya no te comento porque luego esos chicos atacan a todos, de una manera sin sentido, tonta y agresiva", me explica una amiga en un correo sobre el porqué se abstiene de opinar aquí, cuando quisiera. Así que de esta manera le cierro la feria a los mareros intelectualoides, y filtraré toda su basura, no es que no se pueda comentar, que lo pueden hacer, pero ahora contestaré los comentarios identificados y que aporten al debate. Nada más.
Creía que la opinión es libre y que la comunicación se ordena en su escencia. Digo, miren el internet. Pero mi experimento de dejar a la responsabilidad de cada uno su aporte, volvió a demostrar dos tesis: la libertad sin responsabilidad es libertinaje. Y la anarquía en su esencia y deficiencia, no funciona. Es la utopía de los haraganes e irreponsables. El orden es necesario para tener parámetros de medición (buenos o malos) por un sistema tal, no por generación espontánea.
Para poder opinar es necesario hacerse responsable de lo que uno dice, por lo tanto, responder con nombre al ejercicio cívico de pertenecer y accionar en una sociedad. Mi nombre es tal y pienso esto. Fácil. Hacer pintas en las paredes, es una travesura que aporta a nada. Por lo tanto, las pintas, se acabaron en esta bitácora.
Así se inicia una nueva época de Fe de Rata, a ver qué tal...
El sábado fui testigo, como millones, de la moronguiza que le propinó Manny Pacquiao al boricua Miguel Ángel Cotto. El puertorriqueño estaba peleando en su división, con su peso, defensor del título y apoyo de la comunidad latina que le ovacionó bastante el sábado por la noche en el MGM de Las Vegas. Manny, tuvo que subir de peso, lo que suponía lo haría más lento, más pequeño que el campeón, con la arena en contra (las rechiflas lo decían todo) y a enfrentarse con un peleador de pocos pero certeros y contundentes golpes.
