miércoles, 18 de enero de 2023

REFLEXIONES SOBRE EL FUTBOL Y ARGENTINA CAMPEÓN

 

Tres sucesos se desarrollan mientras escribo esto: 1. Argentina campeón del mundo. 2. Pelé se muere y 3. Escribo cada vez más lento. Y todo tiene que ver con todo.

 

Empiezo por la última, escribir despacio me ha mostrado que ya no puedo ser periodista, perdí mi velocidad y ha de ser cosas de la edad. Este texto lo empecé antes del mundial, lo continué durante el torneo y lo estoy terminando hoy, un mes después que Messi alzara la copa. 

 

Hace 20 años yo podía escribir tres obituarios antes del primer café de la mañana. Ahora las palabras son viscosas, la miel de la observancia. Armo un artículo en dos meses, vaya fracaso para los estándares modernos de la hiper información. Vaya decepción para el mundo moderno.

 

Esto es un ejercicio de paciencia, lectura y reflexión, ya que mucho se ha escrito sobre el fútbol en estas semanas. Mejores plumas que la mía, más talento y más conocimiento de un deporte del cual sólo soy un fan más.

 

Esperaba con ansias la emoción de Hernán Casciari y no defraudó, me leí la correspondencia abierta de Juan Villoro y Martín Caparrós. Lagrimeé con las columnas de Leila Guerreiro. Ya casi estaba todo dicho sobre el futbol pero me hacía falta el desahogo de mi versión propia. Yo también tenía algo que decir y contar sobre lo que este deporte mueve en mi ser.


Era 1986 y el Diego hizo campeón a Argentina. Vi el partido en Xela y yo tenía una década de estar en esta tierra, era un niño especialmente tímido y no me gustaba, hasta ese día, el futbol.

 

No me gustaba nada, sólo los libros y vivir a través de la pluma de la literatura norteamericana, francesa y rusa. Me lanzaba a empresas grandes como leer la Guerra y la paz de Tolstoi, pero nada de los textos de aritmética y religión del cuarto primaria del colegio. Era tan aburrido y tenía que hacer la primera comunión.

 

Maradona, un guerrero, le haría la vida imposible al gran monstruo de la FIFA algunos años más adelante. Le cortaron las piernas, dirían las cronistas de aquellos años, pero el Diego ya las traía cortadas desde dentro.

 

Un tipo así, endemoniado, no podía ser apaciguado con nada ni por nadie, ni por él mismo. Su sino era el de Leónidas: morir en batalla como lo hizo. Yo lo ví, eso sí, levantar la copa del mundo y coronarse el último domingo de junio del 86.

 

Recuerdo esto porque un domingo de diciembre de 2022, Argentina repitió la hazaña de la mano de un fenómeno llamado Messi. Así será conocido siempre, por su apellido, dañando eso sí, al resto de los Messi del planeta: ya no existirán por sí solos, únicamente a través del futbolista que se apropió del apellido de sus generaciones anteriores y posteriores.

 

Por ejemplo, dentro de algunos años, cuando exista un - digamos - Carlos Messi, le preguntarán: "¿Sos nieto de Messi?" y el genio futbolista ocupará ese espacio, ese cuerpo y Carlos deberá ocultar que es ingeniero en alimentos, poeta o asesino.

 

Poco se sabrá de sus sueños o planes si no gravitan en torno de la figura del chico tímido que se fue llenando de tatuajes para no hablar. Total, es un futbolista no un filósofo que derrocha sabios aforismos.

 

"¿Qué mirá bobo? Andá pallá", dista mucho del Cogito ergo sum. Un cínico pop dueño de los trending topics.

 

Vaya peso el de los héroes, hacen una gesta, son amados y sacrifican a sus descendientes en un acto de egoísmo no planeado. 

 

Así que Lionel Messi es campeón mundial y no hay cosa más grande. Este texto lo empecé desde la ilusión, la fe y las ganas que sucediera. Es el colofón para una carrera deportiva excelsa, apasionante y constante que hace superar en números a la del Diego.

 

Sí ya sé. Aparecerán los detractores y de una vez les digo que sus comentarios son chicos, son polvo, inocuos y hepáticos. No se gasten, bobos.

 

Aquel domingo allá en Xela todos íbamos por Argentina, menos mi padre que iba por Alemania. Rebelde como él sólo, tenía un sueño que se vio truncado por un acto terrorista guerrillero: las FAR asesinaron al embajador alemán Von Spreti y eso hizo que Alemania rompiera relaciones con Guatemala.



Mi padre se había ganado una beca para ir a estudiar a la República Federal de Alemania y por eso se quedó en el país de la Eterna Primavera. Fue su sueño frustrado y desde entonces le va a los alemanes como en el 86, donde le recriminaba la familia el poco latinoamericanismo al irle a un europeo.

Sin ese asesinato yo no habría nacido porque si algo tiene mi viejo, es que es un tenaz trabajador y se habría quedado para siempre en las germanias y ahora tendría otros hijos – alemanes – y no nosotros – chapines –.

 

El asesinato de un diplomático me trajo al mundo. Vaya karma. 

 

Sólo puedo imaginar lo que mi padre imagina de su vida ya imposible. De las veces que nos peleamos y él soñaba entonces, no tener esos problemas si no pensar en su vida en Berlín, donde habría escalado en la Siemens como ingeniero mecánico y viviría una buena vida en el distrito de Neukölln. Sus problemas se reducirían a reflexionar sobre la cantidad de hispters que han ido tomando el barrio en el 2022. La gentrificación sería su gran problema y no las extorsiones.

 

Yo lo pienso por mi padre, yo lo imagino por él, yo lo vi emocionado repitiendo los nombres de los jugadores alemanes en 1990 y 2014 y se sentía orgulloso de una selección de un país que nunca conoció. La posibilidad es un dolor que nunca se va.

 

Cada mundial mi padre fue comprando televisores cada vez más grandes, él fue futbolista, mediocampo de contención y tenía unos zapatos de tacos de metal que sonaban hermoso cuando caminaba en cualquier lugar que no fuera el pasto.

 

Si no era Alemania era Brasil. Su ídolo fue Pelé. Mi ídolo, lo digo, es él, mi padre. Ya está viejo, pero sigue robusto, sin embargo, la edad se le viene encima a pesar que yo tengo más canas que él. Recuerdo que hacía esos centros largos por lo alto para que los delanteros cabecearan y reventaran la red contraria.

 

Yo estaba en las gradas comiendo un hotdog con refresco de uva y me felicitaba la porra como si yo fuera el jugador, el hijo de Abel. Me felicitaban pensando que yo también sería futbolista, pero fui poeta y basquetbolista.

 

“Se murió Pele´”, me dijo hace algunos días con el rostro en rictus y fallando en ocultar la preocupación de algo tan natural como la trascendencia a otra dimensión de un héroe de infancia. Es acaso, su último héroe. No entiende a Messi, no quiere a Messi porque mi padre es del Real Madrid y el daño que el enano le hizo a ese club sigue y seguirá vigente en la memoria colectiva de los merengues.

 

Mi hijo lloró con el triunfo de Argentina este año. “Ganamos”, me dijo entre lágrimas y nos abrazamos largo y fuerte. En ese momento, en el que Gonzalo Montiel anotó el último gol para coronar a Argentina, se creó el mito para él. Su mito.

 

“Ganamos”, vaya verbo, vaya premisa. Lo siento propio, sí, sin embargo, es tan lógicamente falso que sólo puede existir en la patria de la poesía. Ganaron los argentinos, en todo caso. Ganaron los jugadores, siendo reduccionista. Ganó el futbol, siendo objetivo.

 

Y allí nos encontramos las tres generaciones. Sueños, anhelos, derrotas, ansiedades, futuros y pasados en un evento global deportivo. Lo social construye lo cultural y lo cultural construye al individuo.

 

Hace un mes de esto, como les digo, escribo lento. Ya no hay velocidad, pero las ganas están. Mi hijo tampoco fue futbolista a pesar que lo intentó muchísimo, lo llevaba a práctica los domingos en el mismo campo que su abuelo se lució en la liga interbancaria.

 

Mi hijo optó por el box y estudia algo que poco tiene que ver con la ingeniería y la literatura. Bien por él, hace su camino ese niñote de 21 años. Caminamos juntos, pero en caminos distintos. Mi padre es la playa, yo un faro que alumbra en un morse lento y mi hijo un barco que se aleja. Elementos del mismo cuadro.

 

Cristiano Ronaldo es el otro protagonista de este mundial, es la vara con que se mide la grandeza de Messi. Si un atleta de ese porte, descomunal, obcecado, no ha logrado mantener el ritmo del argentino, ¿en qué nivel está Messi?

 

CR es el antagonista perfecto, arrogante, guapo, exitoso, millonario, famoso, hijo del hiper marketing y de la historia hollywoodense de superación. Messi obtuvo todos esos premios y más por un talento excelso y único, antítesis del luso: callado, tímido, simple.

 

Vaya duelo que nos deja el capitalismo tardío.

 

Cristiano Ronaldo es más parecido a Maradona que Messi en su forma de ser. Pero el Diego no apareció ni reencarnó en Lionel Andrés este mundial si no en otra posición: la de portero. El jugador más maradoniano de este mundial fue Damián Emiliano Martínez. El Dibu.

 


Chancero, irreverente, busca pleitos, primario, así es el Dibu. Ponerse el Guante de Oro en los genitales frente al mundo da cuenta de ello y sin esa forma de ser, no podría haber parado los penales, no podría haber estirado la pierna izquierda cuando achicaba el remate de Kuolo Muani. Allí se ganó el Mundial de Qatar.

Messi por su parte empezó a ganar el Mundial desde la derrota, desde la final contra Alemania y su mirada fija, pálida, a la Copa del Mundo diseñada por el italiano Silvio Gazzaniga, oro de 18 kilates y 14 libras de peso. Casciari dijo que Messi era un perro y esta vez cambió la pelota por la Copa y allí anda, con el trofeo en la trompa y feliz. Y todos somos felices como vemos a un perro ser feliz con sus breves tesoros.

 

Estuve en la Argentina en 2022 y es un país apasionante, mágico, de una arquitectura soberbia que da cuenta de su historia y su bagaje cultural en todas las personas con las que uno se cruza. Son literatos natos, todos tienen algo que contar y lo hacen con su típico lunfardo que no es necesario entenderlo del todo, si no escuchar su musicalidad castellana. Es un país rico en cultura, recursos y tercermundismo, hermanos latinoamericanos, sin duda.

 

El país se derrumba y no. Es el País de Schrödinger, miembro del continente de Schrödinger. Latinoamérica, de ser un arte, es la pintura: tiene movimiento y estaticidad contenidos en el mismo espacio, es observar una tragedia que nunca cesa. Para eso el futbol y la religión que es lo mismo.

 

Juega la selección de tu país y le vas a ella. Pierde. Juega la selección de la región y la vas a ella por solidaridad geográfica. Pierde. Le vas al único país del continente que queda en pie por solidaridad de derrota. Gana y ganamos todos. Así funciona el futbol.

 

He tenido la buena y mala suerte de hinchar por equipos perdedores que a veces triunfan, o peor aún, que están a punto de campeonar y sucede la vida: entra la derrota a jugar con tu equipo, de cambio tardío al minuto 94 del tiempo extra y el resto es historia.

 

Pero cuando se gana se llora porque allí van las lágrimas de tantos años, de frustraciones del trabajo, de recuerdos familiares, de empresas fallidas, de hijos perdidos, de padres muertos, de sueños olvidados, de amores rotos, de héroes apagados, países golpeados por sí mismos hasta la sangre, de ver a otros lograr lo que uno no puede.

 

Así que sí es cierto lo que dice mi hijo: ganamos. Al fin. Pelé está muerto, Messi más vivo que nunca y yo batallando con la velocidad con que ahora escribo. Algo es algo, cada quien juega su partido.


Canten conmigo: olé, olé, olá, cada día te quiero más…






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