Foto tomada de pahbarcelona.org
Unas breves reflexiones sobre el fuego que nos devora como país.
Ver un hombre en llamas es la cosa más desagradable que se pueda presenciar. En mis días de periodismo, me tocó a veces ver linchamientos a través de las imágenes que los amigos fotoperiodistas traían a la redacción. Nunca he podido, ni podré, creo, terminar de ver ese tipo de material. No le encuentro el gusto. No tengo el morbo ni el estómago para tanto y tan significativa expresión de maldad humana.
Con el devenir de las redes sociales y el auge de la mensajería instantánea, a uno le envían videos de todo tipo: sexuales, políticos, campañas negras, y los peores, asesinatos y linchamientos. El más reciente, la inmolación de Domingo Choc, herbolario y tenente de la tradición yerbera maya. Él era la principal fuente de información e investigación de campo para un trabajo antropológico que se llevaba a cabo con la Universidad de Zurich, la University College de Londres y la Universidad del Valle de Guatemala.
Gracias a su trabajo, se lograría tender hilos al pasado de la milenaria cultura Maya que tanto orgullo trae a los guatemaltecos. Un orgullo turístico, claro, porque entender las raíces de la misma significa romper esquemas aprendidos en la comodidad de la educación tradicional occidental y una afrenta a los valores judeocristianos con los que la mayoría nos hemos criado. A los guatemaltecos citadinos en una gran mayoría, nos gusta la postal indígena con todo lo que eso significa, pero nos vale verga sobre cómo viven. Sí, a usted también, no se haga el loco.
A Domingo Choc le prendieron fuego. Caminó lentamente algunos metros y las llamas se elevaron tres cuerpos. Caminaba despacio en un manto de fuego naranja que lo envolvía completo. No puedo creerlo. Me niego a creerlo y quisiera dejar de ver lo que ví. Murió rostizado.
La masa adusta toma una decisión irrevocable y las consecuencias son nefastas. Esa primera lectura del caso, hace ver a las comunidades como una horda de bárbaros idiotizada por el paroxismo de la muerte y la intolerancia. Pero, ¿qué pasó en realidad? La respuesta nunca la obtendremos por más que busquemos. El Ministerio Público dirá una cosa – si es que se llega a una conclusión – pero alguien lo desmentirá, siempre habrá inconformidad en estos casos. Y se entiende.
Las hordas se congracian en ejercer “justicia” por su propia mano en una reflexión bastante primitiva: mejor otro que yo. Es mejor señalar que ser señalado. Es mejor tirar la piedra a que le caiga a uno. Las distopías en al arte dan cuenta de ello, cientos de libros y películas se han realizado donde nos damos cuenta que el destino del individuo está atado al miedo de la comunidad. La misma Historia nos da ejemplos trágicos del caso. Mad Max no es un futuro posible. Es el hoy.
¿Por qué mataron a Choc? ¿Intolerancia religiosa? ¿Racismo? ¿Venganza? ¿Una lección macabra? Esas preguntas, insisto, no tendrán respuesta porque en cierto modo es un coctel nefasto con un poco de cada ingrediente. Sucede que el barbarismo existe en la parte de atrás de la postal bucólica a la que estamos acostumbrados. El hashtag #PerhapsYouNeedaLittleGuatemala debería de cambiar a #PerhapsYouNeedALOTofGuatemala.
Las declaraciones de uno de los cuatro capturados por tan horrendo crimen, volcaron una tanda de comentarios en redes sociales como los siguientes (por respeto a ustedes, corregí ortografía):
- “Ya vieron que no es racismo, es venganza”.
- “Si lo mataron fue por venganza porque él brujo (Choc) mató al papá del otro brujo”.
- “Entre ellos mismos se matan”.
- “Los del interior son salvajes”.
- “Ustedes viendo gatos aparejados, fue un crimen normal”.
- “Los cristianos no tenemos nada que ver en esto, es cosa de indios y no de racismo”.
Y así cientos de comentarios que ustedes pueden ver con sus propios ojos en las noticias del caso en redes sociales.
#PerhapsYouNeedALOTofGuatemala
Es la verdad. Para empezar a entender a este país debemos todos sumergirnos en aguas incómodas y desconocidas: conocer al otro que es vernos en un espejo no siempre agradable. La ciudad de Guatemala se precia de ser la más moderna de la región, busca la occidentalización a como dé lugar.
El tráfico del día a día nos muestra un ejemplo claro: andar en auto propio es sinónimo de estatus. Que el lumpen se las arregle como pueda en los trastos viejos del transporte colectivo.
Ese paradigma aspiracional es un ejemplo de una de las razones por las cuales ponerse a pensar en un sistema de transporte colectivo, denota pobreza, y acá no somos pobres, somos millonarios en potencia. El pobre es pobre porque quiere.
Acá se reniega de la identidad y la herencia indígena. Un apellido maya, los rasgos indígenas o negros, son motivos de vergüenza y un gran “hándicap” en el crecimiento dentro del sistema de castas al que nos acostumbraron. No es un sistema capitalista - ojalá lo fuera -, repito, es un sistema de castas con conexión a Internet 4G.
Acá se permite al buen indio, al sumiso, al obediente, al que recibe pija a cambio de dádivas, pero tiene un tope. Por más que busque llegar a la cima de la pirámide, no podrá subir. Nunca. Por ejemplo, para el aporte del PIB de Guatemala que hacen los negocios de la agroindustria, nunca he visto a un apellido “natural” (vaya palabrita) sentado en la junta directiva, ni muchos menos dirigiendo, al CACIF. Si me equivoco, corríjanme.
Los grandes negocios son para los hombres blancos, no para el bruto pata rajada.
Nos preciamos de vivir en una sociedad libre que debería ser meritocrática. Nada más alejado de la realidad. Acá el mérito vale poco, o casi nada. Acá un conecte o una llamada pesa más que un doctorado en cualquier cosa. Para más ejemplo, el caso de la élite política cundida de compadrazgo, nepotismo y ventajismo.
El sistema económico – político – cultural de Guatemala castiga a las ideas, a la innovación y premia la sumisión, a la lambisconería y a los defensores oficiosos del establishment. El sistema ama a los facinerosos del poder. Y el poder es una herencia colonial de élite.
Este tipo de sistema funciona para sí mismo, para su rosca, para su propio círculo. Históricamente se ha hecho leyes a la medida que beneficia a los que le rinden pleitesía, leyes que se hacen calcadas a las necesidades comerciales de coyuntura. El sistema funciona para sí mismo y procura su bienestar. Por eso el Estado está concentrado en la ciudad capital de Guatemala y se olvida del resto de los 21 departamentos.
Que salgan como puedan.
¿Qué llega a las comunidades olvidadas por el Estado de Guatemala? Se los digo claro y pelado: la Biblia y el Narco. No están ligadas entre sí – regularmente – aunque pueden tener relaciones simbióticas como el caso de aquel narcopastor Juan Alberto Ortiz alias Chamalé. La misión evangelizadora del cristianismo fue la razón por la cual se impuso al imperio romano desde hace dos mil años y sigue vigente su core business llegando a los rincones más olvidados del planeta.
Y como todo, el evangelio es un arma poderosa dependiendo de quien lo diga. Hay curas buenos y curas malos, hay pastores buenos y pastores malos. El evangelio no es el problema, es la persona que lo lleva. El problema es la educación: saber discernir las escrituras y no usarlas de herramienta de odio. No son pocas las historias de comunidades prendiéndole fuego a imágenes católicas con cientos de años de antigüedad, resultando en una sensible pérdida de patrimonio cultural. No se diferencian en nada de aquellos talibanes dinamitando los Budas gigantes de Afganistán. Ignorancia pura y dura.
La genética delincuencial del narcotráfico le hace buscar aquellos rincones olvidados por el Estado de un país. Ya se imaginan que en Guatemala se sienten muy a gusto. Al narcotráfico no le conviene la presencia del Estado en los rincones abandonados del país, donde armados de un hiperdesarrollado músculo en efectivo, compran comunidades enteras para que sirvan a ellos, total, a nadie les importa. Hacen la obra que le corresponde a los autoridades. Y sí, además de dinero, llevan armas y miedo.
Generan trabajo, salud y educación que les sirve a ellos para construir una identidad sui generis, una narcoidentidad donde cualquier atisbo de Estado, es rechazado. No son pocas las noticias que se generan donde comunidades enteras protegen a los narcovuelos, evitando que las autoridades lleguen a la escena del crimen. Si no los protegen pierden beneficios y la pierden la vida.
¿Qué pasa cuando una comunidad se opone? ¿Cuándo un finquero se resiste a entregar sus tierras para que sirvan como destino de vuelos clandestinos? ¿Qué sucede cuando empieza a existir presencia del Estado en la región? Bueno, es momento de mandar un mensaje sobre quien manda. De allí aquella masacre de decapitados con sierra eléctrica en Petén, asesinatos de guarda recursos, la resistencia a la presencia de proyectos de desarrollo.
Ese tipo de noticias luego aparecen en la “moderna” y “democrática” ciudad Capital para horror de los ciudadanos. Y empiezan a aparecer nuevamente los comentarios anteriormente descritos: “Los indios no saben vivir”, “Son unos salvajes”.
Por eso, en este contexto, pregunto ¿de verdad les parece rara la reacción de una comunidad frente al trabajo de Domingo Choc? No debería de dejarnos impasibles y contentos con la superficial conclusión que su asesinato fue una simple venganza. Esto ha sucedido y seguirá sucediendo mientras no hagamos algo para cambiar el sistema corrupto en el que nos encontramos, es un fuego que nos consume lenta e irrevocablemente. La corrupción histórica es una pira en la que todos ardemos. Hay que apagarla.
Debería horrorizarnos que el Estado de Guatemala tenga abandonados a su suerte a nuestros conciudadanos. Que el sistema en el que vivimos y nos desarrollamos es injusto con sus propios habitantes y que favorece a aquellos que tienen el poder de comprarse la justicia y beneficios. Que su origen colonial y pro criollo nos ha enseñado a sentir empatía por los problemas de los de “tez noble”, frente a las necesidades de los de “tez humilde”.
Que los Derechos Humanos deben de ser iguales para todos: salud, educación y seguridad. Que Guatemala está urgida de que sea conocida por sus propios habitantes para que se pueda sanar de adentro hacia afuera. Y esto no es comunismo, ni socialismo ni nada que se le parezca: es entender que la única manera de salir adelante es propiciando oportunidades justas para los guatemaltecos. Estoy convencido, como empresario, como hombre, como artista, que el camino es ese: desarrollo y oportunidades de trabajo para todos.
La muerte de Domingo Choc es una de miles bajo las mismas condiciones: el abandono histórico. Y esas muertes siempre quedarán impunes a pesar que se haga “justicia”.
La muerte de Domingo Choc es una de miles bajo las mismas condiciones: el abandono histórico. Y esas muertes siempre quedarán impunes a pesar que se haga “justicia”.
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