(FOTO RICKY PETESKI)
Contrario
a las madres, los padres somos imperfectos. No, no es una queja estereotipada,
es un hecho y poniéndolo en perspectiva, los atributos maternales nos golean y
nos ganan el pulso.
Nunca
estamos, no sabemos, no tenemos tiempo, estamos cansados, somos insensibles,
haraganes, malhablados, adictos a la televisión, enganchados a la noche, colgados
de libros que nos ofrecen mejores mundos que estos, estamos prendidos a los
sobres que estratégicamente aparecen los días 5 o 26 de cada mes con cuentas y
deudas.
Somos los
oídos sordos a las quejas, ogros del tráfico; roncadores del sueño, los
silenciosos en las cenas, los que tienen los ojos caídos porque perdió el
equipo, o el equipo del niño, el que habla en la misa, el que no puso atención
a la reunión, el que desprecia la cena familiar, el que odia ponerse el saco
para el cuchubal. Vestimos un traje de ausencia para cosas triviales e importantes.
El que jamás
va tirar esa camisa vieja que le recuerda un tiempo irresponsablemente bello,
el que le da cerveza al perro y al amigo, el que se le escapa la vista tras la
flaca que pasa oliendo a azahares, el del comentario impropio, el que dejó las
llaves adentro del auto encendido cuando iban de vacaciones, arruinando para
siempre los 30 de junio.
El de
las manos grasientas y duras como un héroe, el de la pluma que paga todos los
errores por medio de la literatura, el de la pluma que paga todos sus errores
con un cheque, el que borracho chocó y dejó sin auto a la familia. El que dejó
sin auto a la familia para pagar una ignota deuda. Ese que pone sus discos de
música rara como un escudo.
Somos
los que no conocemos los vasos y nos empinamos el bote del jugo y de la leche,
los que lo perdimos todo todo todo en el negocio y sonreímos estoicamente
mientras afuera los ángeles del apocalipsis truenan las trompetas. Vivimos con
miedo al derrumbe.
El que
casi se muere prematuramente por comer muy mal, el que dejó salir al perro y
nunca regresó y tuvo que soportar la culpa y su propio llanto porque lo extraña.
El que miente para no herir las esperanzas de los críos, el que miente para
llegar a fin de mes. Los que odian las reuniones escolares porque los maestros no entienden que los niños serán niños.
Somos
esa mujer que tiene que hinchar los huevos y hacerla de los dos papás porque
otro huyó dejándola con una estocada, somos esas lágrimas que no conocen
género. Somos el daño y lo peor, el egoísmo y la cobardía.
Somos
los que gritan al pequeño sin que lo mereciera, somos esos breves, apagados
ogros que con nada explotan y luego besan las frentes de sus niños asustados
cuando duermen. Somos el arrepentimiento.
Somos
los que estamos dispuestos a ser esa figura errabunda y errática, desconcertada
a veces, amorosa siempre, que sabemos que las madres son igual que nosotros en
sus aciertos y errores, pero que decidimos interpretar este papel a palos de
ciego, dejando el protagonismo de lado.
A pesar
de todo, tratamos. Puta madre que tratamos de superarnos a nosotros mismos a
pesar de nosotros mismos. La lucha es acá adentro y no cesa hasta acostarse en
un ataúd.
Por eso
son ustedes héroes anónimos, luchadores de mi alma, mis amigos y hermanos,
soldados de la cotidianidad, titanes de la perseverancia que malabarean, capaces
de cambiar nuestra realidad y toda una sociedad.