A ese periódico le debo tanto, tantos años y
proyectos, tantas amistades y aprendizaje. Hay periodistas talentosos, amigos y enemigos, personas que admiro y otras que desprecio. Como empresa, me aguantaron mucho y yo les aguanté
también. Mi relación laboral con ellos llegó a su final en 2004, cuando el director
de ese entonces - ultracatólico reaccionario - me instó a dejar de publicar notas
sobre el matrimonio gay.
Contraviniendo las órdenes porque me pareció estúpido y retrógado su mandato, publiqué una columna en mi espacio de opinión de
esos años llamado Rata de Ciudad, acerca de cómo los homosexuales han aportado
tanto al mundo del arte. Me echó y así dejé de ser un asalariado de Corporación
de Noticias, S.A. Sin ese suceso nunca hubiera nacido este blog: Fe de Rata.
Años después (2011), nuevamente me ofrecieron un
espacio de opinión en la sección de Vida, para publicar acerca del arte y la
cultura de nuestro país. Esa columna se llamó El Manual de la Noche, que se fue llenando de temas como los que me pidieron, también fui enriqueciendo con
historia de personajes que pululan en la noche, de problemáticas relacionadas
al quehacer nocturno, de fiesta, reseñas, epitafios y demás asuntos afines.
Mi última columna publicada fue acerca de la estafa
del parqueo del Centro Comercial Cayalá, una estratagema perfectamente ideada
para que en el momento de más tráfico en el CC, se cobre al mismo tiempo, tres
tarifas. Y nadie dice nada, la columna en mención se enfoca en ello y en esa
forma chueca de jugar y cobrar. Cosa que debería estar plenamente explicado
tanto en la entrada del lugar de marras, como en las máquinas de cobro. Pero
nadie dice nada.
Pueden leer la columna acá: se llama El Triángulo de las Bermudas de Cayalá. De hecho, le cambiaron el nombre original al texto y lo
dejaron como El Triángulo de las Bermudas y descolgaron la foto que ilustraba
la columna, el ticket donde mostraba el cobro y las horas que visité dicho comercio (es la que ahora ilustra este texto).
El impacto de la columna fue inmediato. Fue
compartida sin cesar y fue leída por decenas de miles. Así es, leyó bien,
decenas de miles de lectores. Fui testigo de ello al revisar los resultados de
mi página de Facebook donde los hits corrían al segundo: más de 101,000
lecturas y contando. Al igual de las veces compartidas. Fueron más de 5,400
veces. Algo inaudito para un texto perdido dentro de las páginas de un diario.
¿A qué se debe el éxito?
Simple, a la problemática del tema y el interés que
este genera en el público lector al sentirse también, estafados. INSISTO: no es
la cantidad cobrada, es la forma chueca de hacerlo. Mi editor me llamó para
felicitarme porque era la nota más leída del día (lo fue de la semana), no me
especificó la cantidad, pero si yo con menos de 1500 lectores en Facebook se
viralizó a ese punto, supongo que el sitio del Siglo 21 con más de 210 mil, la
cosa fue más grande. Me hubiera gustado tener el dato para cotejar.
La columna se propagó como reguero de pólvora y así
como se compartió horizontalmente, lo hizo vertical. Seguro llegó
a los ojos de uno de los dueños del CC, que llamó a uno de los dueños de Siglo 21 y
empezaron las puteadas hacia abajo hasta llegar a mi persona. Que como osaba
escribir algo así.
Fui periodista de prensa escrita diez años, sé cómo
funciona el negocio y no es secreto que no se publica nada que devele acciones
de anunciantes, o problemas relacionados con ellos. A excepción de los
columnistas. Todo en aras de cuidar al cliente para que encuentre en el medio
de comunicación, un aliado comercial para sus intereses.
Todo bien, no me
molesta, comí de esas leyes tácitas una década. Todos los periodistas,
directores, editores, reporteros, fotógrafos, correctores lo saben y se callan
la boca. Es un trabajo y hay que comer, si no le gusta y dicha condición sine qua non le causa escozor, pues
puede probar trabajar, no sé, de vender papas.
Esta ley del periodismo escrito no aplica
únicamente a Siglo 21, se extiende a Prensa Libre, el Periódico, Al Día,
Nuestro Diario, La Hora. Quien esté libre de pecado, que lance la primera
piedra aunque todos sabemos los techos de cristal con los que se luce el
negocio del periodismo: la libertad de prensa. Y tampoco se circunscribe al
circuito nacional, es exactamente igual a nivel mundial.
Y no digamos a
las publicaciones impresas de semanarios o revistas de corte comercial, que he
de decirles, también he laborado en ellas bajo tales condiciones y no me
molesta en lo más mínimo cuando soy un asalariado de ellos y me pagan por mis servicios. Mis jefes dan fe. Pero si me contratan para dar una opinión y luego la vedan, pues no entiendo porque se contradicen.
Soy empresario, creo en el libre mercado, en
la competencia sana y estoy en contra de la impunidad no sólo de la ralea
política enquistada en el poder estatal, si no en la que algunos empresarios se
manejan. Chanchulleros que no tiemblan en sacar algunos centavos más a sus
clientes por medio de acciones y tretas escondidas.
Como en el caso del parqueo de Cayalá, situación que no busco cambiar, sólo quiero que sean claros con sus clientes. Estoy seguro que la falta de afluencia modificará eso, porque muy caquero y todo, pero el dinero de uno del Mezquital es tan válido como el de uno de La Cañada, chish. Pregúntenle a los banqueros o los dueños de comercio si les interesa la clase social de dónde vienen las ganancias.
Como en el caso del parqueo de Cayalá, situación que no busco cambiar, sólo quiero que sean claros con sus clientes. Estoy seguro que la falta de afluencia modificará eso, porque muy caquero y todo, pero el dinero de uno del Mezquital es tan válido como el de uno de La Cañada, chish. Pregúntenle a los banqueros o los dueños de comercio si les interesa la clase social de dónde vienen las ganancias.
Y así como he escrito en contra del mal servicio de
restaurantes, de servicio a domicilio, de cobros escondidos en locales
comerciales y culturales, hice lo mismo con Cayalá. No tengo nada contra ellos,
de verdad, no los conozco y tampoco me interesa hacerlo. Cuestiono eso sí, las formas
de presión respecto de la libertad de pensamiento y la crítica de un usuario de
sus servicios al presionar al medio a que me jale las orejas para que deje de
escribir acerca de ellos.
Y eso me trae a Siglo 21.
La columna fue un home run, logró lo que todo medio de
comunicación quiere: lectores. Porque los medios de comunicación no tienen
razón de ser sin ese par de ojos que los buscan, y al mismo tiempo, se enteran
de los servicios de las empresas que allí se anuncian. La tricotomía funciona
donde el lector busca veracidad y contenido fresco; en el medio que busca
generar interés en los anunciantes al ofrecer lectores/clientes potenciales y
cautivos; y las empresas pagan por ese espacio para difundir sus servicios.
Por la forma en que mi editor me instó a evitar
nombres y marcas en las subsecuentes columnas, creo - no me lo dijo
directamente - la parte de comercialización de Cayalá se quejó con el
departamento de ventas de Siglo 21 amenazando lo que siempre amenazan las
empresas afectadas en ese caso: retirar sus anuncios.
Envié entonces mi columna
de la semana siguiente dándole seguimiento al caso, sin nombres, y me la
rechazaron (se llamó Los Consumidores Mandan y pueden leerla acá). No he querido publicar desde entonces en el
espacio de El Manual de la Noche, porque no entiendo qué hacer allí. Sobro.
Mi columna era un espacio donde no solamente hablaba
de la ciudad y sus aspectos nocturnos, sino que difundía y denunciaba todo
aquello relacionado a los ciudadanos / consumidores. Se supone que ese es el
fin de los medios de comunicación: brindar un servicio a sus lectores. Peeeeeero, como les expliqué, siempre y
cuando no afecte las relaciones comerciales.
No me ando dando baños de purismo,
hay facturas que pagar, cuentas por cobrar, planillas que alimentar y no es
fácil vender. Lo entiendo, pero para andarme cuidando de que escribir y que no, mejor ya tengo un espacio sin censura y es este
que ustedes amablemente visitan. Así que he tomado la decisión de dejar de
escribir en Siglo 21, ellos sabrán mejor cómo y de qué mejor forma conseguir
lectores, de acuerdo a sus estatutos.
El papel del columnista es un ente regulador, una
pluma escogida por su forma de escribir y forma de pensar. Y en este caso, pesa
más una cuenta comercial que denunciar malas prácticas empresariales. Bueno,
más claro, imposible.
Recuerde, como columnista es libre usted de pensar
y decir lo que quiera, decir que sí hubo genocidio, o que no hubo genocidio, o
que se contaminan las cuencas acuíferas, pero que las hidroeléctricas son desarrollo,
que nos deshumanizamos con el consumismo, que este año es año electoral, que el
gobierno de turno es una mafia entera, que los presidenciables son hienas e
hijos de puta, que las mujeres merecen más, que no al feminicidio, que las
mafias de las cortes, que el salario mínimo es un insulto, que hay que
paralizar el país con una revolución, que la gente debe trabajar mejor en vez
de manifestar, que todos somos Charlie o que nadie es Charlie... todo lo puede
decir, menos tocar los intereses económicos del medio donde lo dice.
Es tocarle la cara a Dios con las manos sucias.
Es tocarle la cara a Dios con las manos sucias.