El día de su nombramiento tenía usted una
cara de susto que no creía en nada. No es para menos, lo comprendo, yo en su
posición estaría igual si me nombraran, digamos, director del CERN. Entiendo
para que sirve el Gran Colisionador de Hadrones, pero no sé usarlo y es feo eso
que le coloquen en un puesto donde los subalternos saben más y están más
calificados que uno mismo, para el trabajo.
Usted es una persona inteligente Señor
Ministro, sabe que su puesto es político, es cosmético, es un distractor de
temas más densos y oscuros como los hígados de los que le llevaron de la mano a
la silla.
Es dura la tarea que le asignaron y espero que de la talla; usted no me cae mal Señor Ministro, es más, en varias oportunidades celebré sus goles con la Selección Nacional y algo de esperanza brilló en mí. Pero como siempre, me quedé en la ilusión; su nombramiento me causa la misma sensación luego de un partido de la Selección: apatía.
Es dura la tarea que le asignaron y espero que de la talla; usted no me cae mal Señor Ministro, es más, en varias oportunidades celebré sus goles con la Selección Nacional y algo de esperanza brilló en mí. Pero como siempre, me quedé en la ilusión; su nombramiento me causa la misma sensación luego de un partido de la Selección: apatía.
La realidad es que son patadas de ahogado
de un desgobierno, no me dejará mentir. En la novela de James Ballard, El
Imperio del Sol, hay una escena donde nombran a un pequeño niño piloto kamikaze
mientras el Imperio Japonés se derrumba catastróficamente, un acto inútil y
romántico cuando los aviones están destruidos: ya nada hará que levante vuelo
lo perdido. Me recuerda algo de eso, esto.
(Para los que vieron la película dirigida por Spielberg, les adjunto la escena del niño kamikaze y su vuelo frustrado, es una escena triste e ilustra lo que escribo):
No puedo aconsejarle nada. Nadie puede
aconsejarle nada, es como poner al día al capitán de una nave en llamas a media
tormenta. Aunque, más que consejos empezarán a circular por su escritorio los memorándum, los documentos legales, las órdenes de compra a este y otro
proveedor y usted firmará las actas como antes autógrafos.
Es automático y de repente todo perderá
sentido, se dará cuenta que aprobó un millón de balones naranjas para el fisiquín,
que lo que mandó a imprimir no fueron estampitas de los próceres sino panfletos
partidistas, que lo que firmó es un desvío de recursos que deja sin sueldo a
los 0-29 que le aconsejan no hacer un partido de papi fútbol en la Gran Sala
del Teatro.
Para cuando lea esto sabrá ya que fue el
maestro Efraín Recinos quien lo diseñó y nos dejó un legado arquitectónico y
plástico como sólo los grandes artistas lo hacen; si aun no lo sabe, no se
merecen el sueldo los asesores así que dicha movida, no la vaya a sentir tan
mal.
Recuerde que usted jugó en los patios, en
la tierra, sobre el asfalto, con piedras por porterías, que tuvo sueños de
gloria por el equipo, por la camisola. Recuerde las carencias que tuvo como
futbolista, la rabia por no poder entrenar en canchas adecuadas, la frustración
que sentía su entrenador cuando su cheque no llegaba, los sueldos de hambre de
los preparadores físicos, la poca formación táctica, la mala dieta de los
deportistas.
Yo le puedo hablar de la otra cara de esa
moneda: la de la cultura. Sucede exactamente igual y es igual de importante que
el deporte. Usted lo sabe, o si no, lo intuye.
Si usted logra recordar eso, Señor
Ministro, el amor a los sueños, la esperanza de ser un mejor país, no le irá
tan mal y aun puede meter un gol – o detener varios en contra – en el tiempo
extra que le queda a este gobierno. No vaya a vender la camiseta como hicieron
sus compañeros de Selección.
Frente a las presiones, o al acoso,
rememore los años y el amor por el deporte que usted tuvo, que es el mismo que
yo le tengo a la cultura; si le coaccionan para que obre a favor del oficialismo recuerde que siempre puede renunciar honorablemente, Señor
Ministro. Levante así, un trofeo invisible y digno.