martes, 26 de agosto de 2014

AGUA FRÍA SOBRE LA CABEZA: ICE BUCKET CHALLENGE


Se llama Antonio y es un tornero que recién despidieron en la Costa Sur. La empresa cerró operaciones y, de la noche a la mañana, 500 personas se quedaron sin trabajo y con una promesa de irles pagando las prestaciones a plazos, mientras su niña sigue pidiendo leche porque tiene seis meses, y su esposa ya tendrá tiempo para cuidarla, porque ella también trabajaba en la empresa venida a menos.

Llegó a pedir trabajo y allí está; se vino del sur a la ciudad con mujer, hija y casa a cuestas. Bueno, el menaje, muchas bolsas, una cama para los tres, un pequeño ropero y un gabinete donde mezcla ropa y trastes. La vida para el recién despedido es cosa seria y hay que mantener el flujo del dinero.

Le pidió ayuda a un vecino y cargaron sus pertenencias y a la carretera. Dejar el lugar de origen por la sobrevivencia. Muchos otros lo hacen para Estados Unidos; en este caso, su primera opción es la ciudad capital. Llegó un sábado por la mañana a buscar un cuarto.

Eran las ocho horas cuando el destartalado pickup entró en la Aguilar Batres y sus cosas venían mojadas porque les llovió en el camino. En la cabina venía manejando su amigo y adentro, su hija y su esposa. Él, en la palangana del vehículo tratando en vano de tapar lo poco, con insuficiente nailon.

Así mojado, sin desayuno, a tocar puertas y buscar alguna habitación. En póquer se llama a esto “All in” (todo adentro; es decir, apostar todo), no hay retorno. Me explica que esa decisión le impone un código de conducta, que tiene que hacer las cosas pronto y de buena forma. Antonio parece personaje de película, tiene algo de Vito Corleone.

Encontró albergue en un quinto nivel con gradas donde tuvo que subir a lomo y con ayuda de su amigo, sus pertenencias. Su cuarto es el de la limpieza en el techo de un pobre edificio de apartamentos cutre en la Reformita, zona 12.

Es la lavandería que, a ruegos, le alquiló la dueña del lugar a cambio de lavarle la ropa a ella, a su familia y por Q800 al mes. Su esposa, me comenta, ya contactó con los demás apartamentos para ofrecer sus servicios de lavado y planchado. Accedió un 75%, con eso cubren la renta.

Antonio se ríe cuando sus demás compañeros de trabajo le comentan que en la televisión vieron a muchos famosos echarse un cubetazo de agua para ayudar a unos enfermos. “Vos lo harías, Toño”, le increpa uno. “A diario, compadre: me baño con el agua fría de la pila, el agua fría te despierta y ubica y sin necesidad de andar de fariseo”.

Me cae bien Antonio, es un espécimen raro. Le seguiría a batalla.

martes, 19 de agosto de 2014

TRILOGÍA BARTOLIANA, RAFAEL ROMERO

(IMAGEN CORTESÍA DE WWW.SOY502.COM)

El Elegido, Chichicaste y Zánganos (todas publicadas por Editorial Alas de Barrilete) es una trilogía que parece ser un desatino, una historia hilada desde el vientre del periodismo amarillo más fluorescente que existe. 

Parece calcar a carbón algo que le contaron en el mercado, o la cantina, o la camioneta extraurbana, y transmitirlo con los mismos yerros temporales y narrativos.

Parece ser, en una lectura primeriza y sin ánimo de ir más allá, una historia que gira lejos del sentido original aumentando la ficción de los hechos reales. Esto está más cercano a la tradición oral que a la mayúscula Literatura de flema y ficha bibliográfica.

Rafael está en España, es un migrante que se dedica a escribir, vive en Madrid y, contrario a mimetizarse en el ambiente de las letras europeizadas, de buscar un gris lugar en las largas colas de la burocracia artística, se impone un estilo críptico para el resto de hispanohablantes, pero clarísimo para el guatemalteco de a pie.

Son estas obras un regreso al único espacio real que concibe el autor: la violencia, el desamparo, la soledad, la ternura de la hiena carroñera. Síndrome de Estocolmo del amor por una tierra que le vomitó al otro lado del Atlántico.

Allí reside el éxito de estos libros: un documento que encuadra un tiempo y un lugar, un retrato que se convierte en escena de fuego, atemporal, histórica. Es cine de autor, es vanguardia, es una obra que posiblemente le ataque los sentidos, que punce, que le tome del cuello y le confronte, pero de eso se trata el arte. De lo contrario, es telenovela, es pasajero todo.

A mí me gustan las trilogías. Son acaso lo que más emoción me da, en materia de entretenimiento y, por ende, no me molestan. Yo no soy un crítico, soy un consumidor de entretenimiento y, con esos galones, puedo decirles que mi memoria no recuerda haberse divertido tanto con tres novelas cortas al hilo, ni tan cercanas.

Hay en esto de las trilogías una escuela de cultura pop. Así entiendo y logro englobar la obra de Romero: es una serie de televisión, un sitcom, que nos ofrece capítulos de una misma historia en tres temporadas con desenlaces tan quiméricos que parecen reales.

Tiene Rafa una narrativa muy visual, muy amena que ofrece ver sus historias, sus capítulos, como escenas de cine delirante. Es una literatura que entretiene y que al mismo tiempo desnuda una realidad que no ha cambiado en muchos años. Esta trilogía podría haber sucedido hace 20 años y seguirá vigente dos décadas después de publicada.

* Extracto del prólogo de mi autoría, para la tercera parte de la trilogía, Zánganos.

martes, 12 de agosto de 2014

UN PAÍS ASESINA A VÍCTOR HUGO MONTERROSO

(En el orden usual, Roberto González, Víctor Hugo Monterroso y Alfonso Tuche; para la filmación de Marimbas del Infierno. Fotografía tomada de Melindrosa Films)


Ayer asesinaron a Víctor Hugo Monterroso Girón, uno de los protagonistas de la internacionalmente galardonada película Las Marimbas del Infierno, del cineasta Julio Hernández C. Fue a la hora del almuerzo cuando me dijeron si había visto la noticia y ya no pude terminar de comer.

Esta noticia pasará desapercibida para el planeta que llora en estos momentos el suicidio de Robin Williams. Pero como escribió punzantemente Francisco Alejandro Méndez: "Lo que ocurre con Guatemala es que no te dejan suicidarte, siempre habrá quien te quite la vida."

Sus restos aparecieron esparcidos en el basurero de la zona 3. Nadie merece morir de esa forma. Chiquilín, así le decían de apodo, era un tipo transparente en la pantalla como en la vida real; no actuaba, llevaba a un segmento de la población a tener valía, a existir, en un medio de comunicación masiva como es un filme. Y vaya que lo hizo en muchos países donde se proyectó la película.

Personificaba a un tipo sensible a su entorno, endurecido por las circunstancias, pero con mucho afán de salir a flote de este río de aguas negras que nos conduce como país. No juzgue, porque tanto usted como yo vamos dentro de él. Escribo esto desde el horror y la tristeza.

Para buscar información del lamentable crimen, accedí a las redes sociales y leí los comentarios. Vaya error el mío y vaya ejercicio de la bilis: los detractores/comentaristas de los foros (esos jueces ciegos, esos fariseos, esos lapidadores, esos linchadores de la moral) se prestaron para tacharle de maldito, de delincuente, de drogadicto, de paria, de marero. Que debieron matarle antes. Qué horror.

Que la gente con esos apodos, como Chiquilín (léase también, Smiley, Sipi, Blacko, Canche, Zope, cualquiera de esos nombres autorreferenciales) deben ser ejecutados y eliminados del país. Que los pobres solo sirven para vagar, robar y agruparse en maras. Qué tristeza.

Noticias como estas se publican a diario. Hay periódicos especializados en la sangre. Se trivializa la muerte, se condena con cierta flema (en todos los estratos) que si le mataron era porque “estaba metido en algo”. Acá no existe el principio de derecho que exculpa hasta que se pruebe lo contrario. Somos expertos en condenar, sociólogos de la muerte, apologistas de Tánatos.

A Chiquilín le mataron por una extorsión, le estaban solicitando Q15 mil ($2000) para dejarlo vivir y no pagó. No tenía con qué pagar, ser artista en este país es estar ad portas de la mendicidad. Hay que buscar la sobrevivencia por otros medios laborales, él manejaba una grúa, por ejemplo.

Todos los criminales deben de pagar su falta a la sociedad. Así sea el carterista, el ministro corrupto, el presidente desfalcador, el empresario que defrauda al fisco. Ojalá atrapen a los responsables de este crimen que hoy enluta a la comunidad artística nacional, a los amigos que trabajaron con él, a su familia, un abrazo.

Con cada muerte violenta nos morimos como sociedad. Se nos ajusticia la sensibilidad. Chiquilín era un niño grande; revisen su perfil de Facebook para hacerse una idea. Fotografías y textos simples, de un hombre simple como tantos otros que van en las calles. Era un árbol que florecía con espinas.

Tenía nombre de artista, de escritor y dramaturgo, del mismo que escribió Los Miserables, el francés Víctor Hugo. Pero más parecía un personaje salido de las páginas de esa novela. Eso era Víctor Hugo Monterroso Girón, quien nunca pudo escapar de sus demonios y su sino.

Para él, el mundo era acariciar una pulga. Y así, saltó de sus manos.




martes, 5 de agosto de 2014

STEREO OFFSET, DE PABLO BROMO


(Foto cortesía de soy502.com / diseño de portada: Luis Sensei del Tequila Villacinda)

La literatura sirve para comprender el mundo más allá de la ­cotidianidad, porque encierra el mundo diario en un instante más de lo que ninguna tecnología puede hasta el momento. Ni podrá.

Escribir sobre el tiempo que le ha tocado vivir a uno requiere desdoblamiento, distancia, pero sobre todo empeño y necedad. Stereo Offset, de Pablo Bromo, publicado por el sello del eterno under, la Editorial X de Estuardo Prado, tiene eso. 

Nos trae entre portadas, una colección de estampas de época, un glosario de la actividad ­humana en estos tiempos, una metáfora de la sociedad. Son relatos plásticos, muy de serie de televisión, se construyeron con colores y materiales para ofrecer una experiencia visual al observador –lector, en este caso– .

Encontramos acá un lenguaje simplificado, muy cuidado. La construcción gramatical de las oraciones son la inefable fórmula que aprendimos en quinto primaria: sujeto, verbo, predicado.

Adjetivos, dos, para remarcar al sustantivo y arre caballo que hay camino. Pero no se confunda, esto no es cosa simple, esto es la espuma del mar. Es lo que encanta, es lo que atrae. Es un libro de fácil acceso a cualquiera porque se entiende fenomenal pero hay fondo y el piso está lejos. Este libro bucea y acaricia los temas más oscuros que como sociedad nos toca.

El escritor es un niño tímido y nunca deja de serlo por muy flamboyante en que se convierta de grande, por muy grueso, por muy dragón de bar, aunque devenga un flaco diablo de colochos, sigue siendo un niño tierno. 

Los relatos breves son determinantes en su final. Acaso es lo que más me gusta de estos, su final. Porque nos desarrolla una historia y conforme avanza y le va atrapando, cierra la misma con un golpe de libro.

Esa sensación de inacabados es lo que nos queda a los guatemaltecos cuando nos enfrentamos al diario vivir. Son pequeñas estampas, dije antes, y lo sostengo: son historias que no terminan y continúan pero nosotros no las podemos ver. 

Nunca podremos saber en qué terminarán esas historias porque ­nadie sabe el comienzo ni el final. Solo Dios, pero a él lo inventamos nosotros para que no nos diera miedo saber que aparecimos a mitad del camino. 

Este libro, es entonces, una metáfora de la vida: se nos niega constantemente aquello que más anhelamos.