martes, 6 de mayo de 2014

LA MUERTE DE UN ESCRITOR


A diario mueren escritores. Lo que pasa es que no se les ha leído, vivieron muy lejos, en otras ciudades, en otros cafés, en otros bares. Esos escritores, geniales algunos, mediocres muchos, nunca los vamos a conocer. Nunca nos encantaremos con su obra o juzgado al editor que osó publicar semejante bodrio.

Eso ha venido sucediendo desde siempre: la muerte de los escritores es tan común como la muerte de cada uno de nosotros. De aquel primo lejano, del amigo cercano, del hijo. Nadie da cuenta de la vida eterna, pero sí de la muerte. Es tan cierto como la poesía. ES la poesía.

No entiendo el dolor que las personas muestran cuando muere un escritor. Se murió él, no la obra. Que le lloren los familiares, los amigos, las/los amantes. Peor sería que con el cuerpo enterraran sus libros, cosa que no es mala idea para todos aquellos que escribimos mal. Pero arrancarse las vestiduras es tan cliché como cuando lloro porque pierde el Barcelona; y vaya que lo he hecho tanto, últimamente.

Se genera a partir de los escritores, de los bestsellers, de los mitos under y borderline, una especie de culto que más que ahondar en lo escrito, se le deifica como un profeta moderno. Los escritores son ventanas, no son verdades, viven de la mentira y se edifica en torno de ello, un culto. Ninguna de esas voces que se levantan como crestas de olas en la mar humana, está exenta de ello. Se le santifica por igual a Saramago, a o Coelho; lo único que varía es la feligresía. Beato hermano Michel Houellebecq ruega por nosotros y porfa San Bukowski deje de meterle mano a Sor Juana Inés de la Cruz; que ya, ya sé que siempre quiso cogerse a una mexicana.

Los lectores asistimos deseosos y convencidos de ese culto; es nuestra religión. El hombre necesita de religiones y el hombre en vías de emanciparse mentalmente, recurre a esas mentiras conocidas como poemas, cuentos, novelas, para encontrar un nuevo objeto de adoración. El ateo es un acólito del conocimiento y le sirve como a un dios. Únicamente cambian los ritos. 

Realmente no entiendo el gran dolor común con el cese de la existencia de un artista de las letras, supongo y es una apreciación muy personal, dolería el nunca haber conocido su obra, o que hubiera muerto antes de tiempo sin dejarnos un legado de extrema belleza en su literatura. García Márquez era una piñata los últimos tiempos, era una máquina de relaciones públicas, su obra fue en la década de 1980, luego, fue la mascota de su editorial y año con año, asistía pletórico a que le besaran la mano y le levaran los pies en los talleres de periodismo literario en su honor. Bué.

Toda esta palabrería que pongo, porque me doy cuenta ahora de que la muerte ha sesgado el círculo literario en los últimos meses, aparecen esos fariseos y expertos que dicen conocerlo todo del muerto, a repasar obras y anécdotas del recién fallecido. Otros publican cartas y poemas apócrifos de pésimo gusto literario, o como en el caso de Gabriel García Márquez, me hicieron llegar un texto titulado "Los guatemaltecos", de su supuesta autoría.

Vaya cosas, porque es exactamente igual a "Los colombianos", "Los chilenos", "Los puertorriqueños", que se le atribuyen al recién fallecido autor. Para eso no se escribe, para que se le atribuyan a uno textos funestos lejos del estilo personal. Me da pena que el alma de García Márquez no descanse por eso. Yo no lo haría. Creo que eso haría muy feliz a Fernando Vallejo, por ejemplo.

Los escritores nacen para escribir, y nada más. Lloraré a los escritores que conozco porque son mis amigos, mis hermanos. Supongo que ellos harían lo mismo conmigo. La obra, ese ejercicio de la observación, de la deconstrucción de la realidad, queda y perdura. Para ser leída, o refundida en algún anaquel, como una mina, lista a explotar en las manos de alguien que le pase encima.